La joven actriz y estudiante de Dirección de Cine habla de su intenso recorrido. Un derrotero que a sus 18 años vive “con la mirada en el cielo y los pies en la tierra”.

Federica Cafferata (18) camina por las calles de Buenos Aires con ritmo acelerado. Tiene los minutos contados para llegar a la próxima función. Comenzó el BAFICI (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires) y quiere ver la mayor cantidad de películas posible. Alcanza a ver tres. Pero todavía le queda una más: es una cinta de David Wark Griffith, el creador del denominado ‘montaje invisible’. El visionado es parte de un trabajo práctico para la facultad y lo hace en la comodidad de su casa, en el piso que comparte con jóvenes de distintos países. Sí: su vida es todo cine.
Después de pensar en distintas carreras (Derecho, Ciencias Políticas, Psicología, Relaciones Internacionales), Federica decidió estudiar Dirección de Cine en la Universidad de Cine de Buenos Aires (FUC), una de las 15 mejores del mundo según Hollywod Reporter. “Me interesa el cine documental y el cine de denuncia; transmitir mensajes y reclamos”, dice, ahora, desde Mendoza, a donde vuelve cada vez que sus compromisos de estudiante universitaria lo permiten.
Federica Cafferata habla con la serenidad de quién sabe lo que quiere. “El arte es necesario, sanador y lo necesitamos para inspirarnos”, asegura. Y para ella, es un estímulo constante y potente. Tenía apenas un año medio cuando su mamá, Soledad Bermejo (arquitecta, psicoanalista, exactriz) la llevó a un taller de estimulación artística temprana coordinado por la actriz, clown y directora Gabriela Simón y el artista visual Jorge Crowe. A los 5 comenzó a estudiar teatro con Ernesto Suárez. Y a los 10 protagonizó su primera película, “Road July”, celebrada road movie de Gaspar Gómez.
Esa temprana experiencia cinematográfica fue el puntapié inicial de todo lo que vendría después: filmar “Sea child”, llegar al Festival de Cannes (2015), protagonizar el cortometraje “A ticket s’il vous plaît” y también participar del rodaje de “Las furias”, filme de la realizadora porteña Tamara Garateguy encabezado por Daniel Aráoz, Juan Palomino y reconocidos actores mendocinos (2018).
Aunque me digan que es “arriesgado y que no podré comer películas”, “que no son carreras necesarias ni del futuro” creo que el arte es necesario, sanador y lo necesitamos para inspirarnos.
Venías de la actuación pero elegiste la dirección, ¿cómo se dio ese salto?
Me di cuenta de que quería hacerlo desde los dos lados. Tener mi lugar para escribir y filmar lo que quiero; poder tomar el control sobre lo que hago. En el teatro eso se puede desde la actuación pero el cine es un campo más acotado. La mejor combinación era esta: seguir estudiando cine pero en la formación y la parte técnica. Mis profesores están en el circuito cinematográfico. Siempre nos dicen que es difícil pero que se puede. Creo que cuando hay menos cosas para hacer, te tenés que exigir más. Todo tiene su lado positivo.
Bueno, los argentinos somos hijos del rebusque…
Tal cual, ¡a buscar la manera! (ríe).
Cosas de la vida: cuando Federica estaba buscando dónde estudiar (los resultados arrojaban Estados Unidos, Francia, España) le llegó una respuesta desde India: allí, durante un intercambio, había conocido a una estudiante de Bombay con sus mismas intenciones, ser actriz y filmar cine. “Ella me envió un informe de las 15 mejores universidades del mundo que había hecho el Hollywood Reporter y ahí estaba mi universidad”.
Abramos un paréntesis, ¿cómo fue vivir ese intercambio?
Fueron dos meses. Lo realicé a través de una beca de Colegios de Mundo Unido o UWC (United World Colleges), que agrupa a 13 colegios. Se rinde examen y la intención es que quienes viajan vivan el país como realmente es. Dormimos en albergues, comimos en la calle, fuimos a cosechar arroz. Como justo ese año cambiaron el taller original, que era religión, tuve un curso de Identidad de Género y Teatro. Esto me permitió hablar con actrices, directores de teatro y de cine independiente que a través de sus trabajos denuncian diferentes realidades. Por ejemplo, en India la condena es mayor para una pareja gay que es descubierta que para un caso de violación. Ver las condiciones en las que trabajan me inspiró: ellos me permitieron ver lo que pasa en su país; ahora me toca a mí mostrar lo pasa en el mío.
Decís que ‘justo’ cambió el taller, ¿creés en las casualidades?
Me impresiona cómo se dan las cosas. Cada vez que decidí algo diferente al cine, se me cruzaron señales. Creo que uno tiene que estar atento a las señales y, también, que tengo una conexión especial que no puedo evitar. Después de terminar esta licenciatura, quiero vincular el cine con el periodismo. Aunque me digan que es “arriesgado y que no podré comer películas”, “que no son carreras necesarias ni del futuro” creo que el arte es necesario, sanador y lo necesitamos para inspirarnos. No hay que perder la veta artística por miedo. Si uno es feliz con lo que hace, siempre va a encontrar el camino. El único límite está en uno.
La joven que habla es la misma pequeña que filmó publicidades y que, a los 10, tras protagonizar “Road July” ingresó al mundo del cine. Es, también, la que filmaba videos junto a Julia, su mejor amiga. “Ese era nuestro mejor plan. Usábamos el primer iPod que filmaba, el Movie Maker para editar y el Ares para musicalizar; llenábamos de virus la computadora. Cuando terminábamos poníamos los créditos y nuestros nombres salían en todos los campos. Hacíamos todo” (risas).
Fue tu introducción al trabajo autogestivo…
Ahora pienso en todo eso y en cuánto ha significado en mis elecciones.
No hay que dejar que la fantasía se vaya a la cabeza. Me gusta tener los pies en la tierra y la vista en el cielo. Sin ese balance no hay manera de avanzar.
¿De dónde venían esos estímulos?
El arte siempre estuvo presente en casa. Porque mi mamá también era actriz y mi papá, que falleció cuando yo tenía 3 meses, era un apasionado del cine. Cuando tenía un año y ocho meses fui al taller de estimulación artística. La condición era que caminara pero yo todavía no lo hacía; mamá me empujaba para que diera los primeros pasos (risas).
Acompañada por Soledad, su mamá, hace tres años viajó al Festival de Cannes: el cortometraje “Sea child”, de Marina Shron, fue proyectado en la sección Short Films Corner. “Siempre teníamos el chiste interno de decir “mirá cuando estés en Cannes” (risas).
¿Y qué pasó cuando al fin estuviste ahí?
Significó mucho, me hizo saber que puedo estar ahí y todo lo que eso permite. Cannes es una ciudad que se mueve en torno al cine, que triplica su población durante el festival. Durante esos días el glamour es desbordante. Un día, veníamos por la avenida principal, en donde están las grandes marcas, y vimos a una mujer, con la cara cubierta; era un inmigrante de unos 70 u 80 años, pidiendo monedas con un vasito. Me llamó la atención que nadie reparara en ella, que nadie ‘recortara’ ese cuadro. La gente ve lo que quiere ver, que son los famosos en sus autos blindados. Pero dentro de esa fantasía, hay una realidad que irrumpe. Eso fue movilizador; aprendí que no hay que dejar que la fantasía se vaya a la cabeza. Me gusta tener los pies en la tierra y la vista en el cielo. Sin ese balance no hay manera de avanzar.
Pero no fue lo único que Cannes le dejó a Federica. En ese marco surgió la idea de filmar “A ticket s’il vous plaît” (“Una entrada, por favor”), del realizador mexicano Juan Carlos Salas. “Un día, en una charla con directores latinoamericanos, conté esto y Juan Carlos me propuso filmarlo”. El cortometraje está inspirado en la experiencia que Federica tuvo durante el festival, cuando regaló su entrada a Jean Pierre, un francés de 68 años; uno de los tantos que se agolpan alrededor de la alfombra roja con la intención de conseguir una entrada. El corto obtuvo el premio a Ganador Oro en la categoría de Mejor Corto Social de los Premios Latino, que se entregan en Marbella, España. Cuando le llegó la noticia, cuenta, reafirmó que el cine es el camino.