Claudio Burgos recibió a ÚNICO para un diálogo íntimo sobre su experiencia con la pandemia y los desafíos de su profesión. 

Manos  conocedoras y sanadoras. Ojos que descifran y comparten esperanza. Sonrisa que irradia amabilidad. Así se presenta Claudio Burgos ante quien lo conoce por primera vez, ya sea en el ámbito profesional o en la más cotidiana de las situaciones. Su nombre es, indiscutiblemente, asociado a la excelencia en cirugía cardiovascular. Sin embargo, en Dalvian también es reconocido por ser uno de los primeros residentes.

Claudio recibió a ÚNICO en la calidez de su hogar una tarde soleada de julio. La conversación transcurrió en su sala, al finalizar su jornada laboral. Cuidando las distancias y los protocolos sanitarios, la charla fue abordando distintos aspectos de la vida del cirujano.

—¿La pandemia afectó tu ritmo de trabajo o lograste adaptarte?
—Yo hago cirugía cardiovascular y trasplante. En esa área, bajó un poco el trabajo, porque había muchas cirugías electivas, es decir, que requieren turno. Muchas veces, por el temor a contagiarse de covid dentro del hospital, la gente prefirió posponer las cirugías, así que hubo una disminución del trabajo. Por otra parte, el Ministerio de Salud pedía que no hiciéramos cirugías selectivas, sino que nos abocáramos únicamente a la parte de urgencias.
Con esas dos premisas de base, tuvimos una disminución del trabajo. Pero sí hubo mucho trabajo en el hospital por todos los enfermos de la pandemia. Inclusive, tuvimos que alquilar del exhotel Intercontinental, porque no teníamos lugar donde atender a todos los pacientes covid. Afortunadamente, ahora ha bajado la cantidad de contagios y la terapia hoy no tiene ningún paciente covid, por lo que se ha restablecido el funcionamiento normal de la terapia intensiva.

—Teniendo en cuenta que el hospital debió buscar un lugar extra para atender la demanda, ¿qué otros desafíos hubo a nivel de management?
—Fue un trabajo de equipo muy importante, porque todos los médicos estábamos involucrados en el tratamiento del covid. Tuvimos que dividir el trabajo del hospital y el trabajo del hotel. Se establecieron distintos grados de enfermedad de los pacientes. Tratamos siempre de poner a los más leves y moderados en el hotel y a los más graves, en el hospital, por las dudas de que necesitaran recursos mayores. No obstante, el hotel tuvo una unidad de terapia intensiva móvil abajo, que ante cualquier emergencia súbita podía atenderse en la ambulancia. En última instancia, estábamos a cuatro cuadras y el traslado era muy sencillo.

—Siempre se asocia tu nombre a casos resonantes, pero ¿tuviste algún caso que haya escapado de la notoriedad pública que te haya marcado o que recuerdes?
—En general, a todas las situaciones vivenciales fuertes las tenemos en el área de trasplantes. Tenemos a veces tenemos jóvenes o niños para trasplantar y el resultado positivo te deja una satisfacción muy importante, porque una persona que estaba prácticamente condenada a la muerte cambia repentinamente su pronóstico. No obstante, todas las enfermedades cardiovasculares tienen implícito un potencial riesgo de vida. Por eso, resolver a favor de la vida siempre ha sido una gran satisfacción. Cuando uno opera a una persona y, lamentablemente, fallece, te queda un gran dolor, pero uno guarda la sensación de haber hecho todo lo posible por salvarla.

Mi objetivo no era dedicarme a mi especialidad para salvar vidas. Estaba implícito porque es una especialidad de vida o muerte. Como decía Favaloro, él convivía con la muerte al lado. La realidad de nuestra especialidad es la ley del todo o nada.

—¿Cuál fue el procedimiento que más satisfacción te produjo poder haber aprendido para poder salvar vidas?
—Mi objetivo no era dedicarme a mi especialidad para salvar vidas. Estaba implícito porque es una especialidad de vida o muerte. Como decía Favaloro, él convivía con la muerte al lado. La realidad de nuestra especialidad es la ley del todo o nada. Si bien uno se acostumbra, enfrentar un fallecimiento es muy duro para el equipo. Lo que nos queda de positivo es que hicimos todo lo posible por ayudar. La realidad es que uno tiene que hacer técnicamente todo lo posible para ayudar a las personas. Hay situaciones que son impredecibles que pueden cambiar el rumbo del éxito de la cirugía.
Yo llevo más de 18.000 casos operados, así que me cuesta pensar en alguno. Pero siempre tuve la sensación de que esta especialidad era una especialidad apasionante y muy demandante, porque está muy mezclada con el avance tecnológico. Tenemos mucho equipamiento electrónico en el quirófano y nos enfrentamos a cirugías que requieren de gran concentración y habilidad para poder resolver en tiempo —cuando más tiempo una persona está en circulación extracorpórea, es mayor el riesgo de la cirugía—. Acortar los tiempos y trabajar intensamente es lo que da mayor éxito en una cirugía.

—Es todo un trabajo en equipo…
—Son 70 personas las que trabajan, entre cirujanos, anestesiólogos, perfusionistas, instrumentistas, circulantes de quirófano, recuperacionistas, médicos de guardia, psiquiatras… Tenemos todo un team de enfermeros, técnicos y administrativos. Conformamos entre todos un grupo abocado a esta especialidad que salva vidas. Trabajamos todos los días en el Hospital Italiano.

—Tu formación no transcurrió solo en Argentina, sino que la adquiriste en distintas partes del mundo. ¿Qué te dejó esa experiencia de aprendizaje cosmopolita?
—Primero, hice la parte de cirugía general acá. Después, me fui a Suecia, al Hospital Karolinska, de Estocolmo; ahí estuve más de dos años. Luego, volví y fui a Estados Unidos a la Universidad de Alabama, en Birmingham. Finalmente, terminé mi training en el hospital de Inglaterra, con el profesor Magdi Yacoub, un egipcio que fue líder en trasplantes cardiopulmonares y pulmonares. Trabajé para poner a punto todas las técnicas de trasplante que acá no existían en ese momento.
Yo regresé al país en 1987 y en el año 1990 hicimos el primer trasplante cardíaco. De ahí en más, hemos hecho muchos trasplantes cardíacos. Hemos hecho la operación de dos corazones en 2001, una semana antes del atentado a las Torres Gemelas. Es una técnica que creó mi profesor Yacoub. Es compleja, pero les abre el espectro a los receptores de trasplantes, porque el grupo que recibe dos corazones no podía ser trasplantado en forma habitual por una hipertensión pulmonar. Al usar los dos corazones, utilizamos el ventrículo derecho preacondicionado del corazón original del paciente y el izquierdo del trasplantado.

—¿Qué te hizo regresar a Mendoza después de haber recorrido el mundo?
—El ofrecimiento más grande que tuve fue cuando terminé mi entrenamiento en Estados Unidos. Me ofrecieron quedarme y, lamentablemente, no me quedé. Tenía la idea de volver a mi país y de hacer algo por él. Me instalé acá y empezamos a trabajar muy duro. Creo que hemos hecho de la especialidad un punto muy importante no solamente en la provincia, sino también en el país. Por eso, vino Sandro a trasplantarse acá, de acuerdo a las distintas opiniones que consultó.

—¿Qué te llevó a elegir Dalvian como tu lugar para vivir?
—Cuando yo vine a este barrio, era minúsculo y muchas de las calles eran de tierra. No había gas ni cloacas, así que utilizábamos pozo séptico. Venía un camión con garrafas grandes, de 45 kg, y entregaba dos por casa. Hemos visto toda la evolución del barrio desde el principio.
Yo estuve primero en una casa alquilada, que le dejé a mi hermano cuando me fui al exterior. Después me hice una casa con el método Dalvian, de casas prefabricadas. La tuvimos unos cuantos años, pero después compré otra. Vendimos esa e hicimos esta, donde vivo desde hace once años. Cuando empecé a hacer esa casa, la calle también era de tierra (ríe). Alfredo me decía: “Usted no se preocupe, el día que se mude va a tener la calle asfaltada”. Y cumplió.
Para mí, Dalvian es uno de los mejores barrios privados, por los servicios, la limpieza, la atención y la seguridad. Realmente, no podría pensar en irme a otro lado. Para mí, son muy positivos cómo está organizado y todos los servicios que ofrece. Por eso, creo que es una muy buena alternativa para vivir en Mendoza.

—¿Tenés algún recuerdo o anécdota en Dalvian que siempre te acompañe?
—Cuando apenas nos mudamos, teníamos víboras, alacranes… Bajaban los burros de la montaña para acá. Por ahí, te levantabas a la mañana, mirabas por la ventana y había un burro. Estábamos, realmente, colonizando la precordillera en ese momento. Colonizadores del barrio somos pocos.

La conversación con Claudio Burgos culminó de la mano de la vista imponente de su jardín. El encanto del piedemonte continúa palpitándose allí e inunda de añoranza los tiempos de colonización, tal como los describió el cirujano. Nuevas etapas se han sucedido no solo para el complejo residencial, sino también para el médico, que día a día se supera en su profesión para continuar salvando vidas.